Univ. Psychol. Bogotá (Colombia), 4 (2): 221-229, julio-septiembre de 2005 ISSN 1657-9267
AGENCIAMIENTO INDIVIDUAL
Y CONDICIONES DE VIDA
SERGIO TRUJILLO GARCÍA*
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA, BOGOTÁ
ABSTRACT
As a result of the project Interpretación desde la Psicología de la calidad de vida y sus dimensiones en adultos mayores de los
municipios de Soacha y Sibaté (Cundinamarca, Colombia) [Interpretation from the psychology of the Quality of Life and its
dimensions in old age adults from the Soacha and Sibaté municipalities (Cundinamarca, Colombia)] which had a theoretical model
composed for three axels (epistemological, ecological and temporal), emerged some tensions which constitute the
quality of life dimensions of the elderly. In the present article one of those tensions is discussed: the one shaped by
the contradictions among the possibilities of the individual agency exercise and the precarious life conditions which
had characterized the context of development of the old age participants.
Keywords: Quality of life, interpretation, tensions, individual and group agency, elderly.
RESUMEN
Como resultado del proyecto de investigación Interpretación desde la Psicología de la calidad de vida y sus dimensiones en adultos
mayores de los municipios de Soacha y Sibaté (Cundinamarca, Colombia), el cual tuvo un modelo teórico compuesto por tres
ejes (epistemológico, ecológico y temporal), ganaron visibilidad algunas tensiones que componen las dimensiones de
la calidad de la vida en la vejez. En este artículo será abordada una de tales tensiones: aquella que está constituida por las
contradicciones entre las posibilidades de ejercicio del agenciamiento individual y grupal y las precarias condiciones de
vida que han caracterizado el contexto de desarrollo de los adultos mayores participantes.
Palabras clave: Calidad de vida, adultos mayores, interpretación, tensiones, agenciamiento individual y grupal.
* La correspondencia relacionada con este artículo debe ser enviada a: Sergio Trujillo García. Correo electrónico:
sergio.trujillo@javeriana.edu.co
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Al orientar el proceso investigativo del proyecto Interpretación
desde la Psicología de la calidad de vida y sus dimensiones en
adultos mayores de los municipios de Soacha y Sibaté (Cundinamarca,
Colombia) desde un modelo teórico compuesto por
tres ejes, epistemológico, ecológico y temporal (cada uno
con dos polos), ganaron visibilidad algunas tensiones que
componen las dimensiones de la calidad de la vida en la
vejez (Trujillo, Tovar y Lozano, 2004). Esas tensiones tienen
que ver con características objetivas y subjetivas, sociales
y personales, históricas y biográficas, de la calidad de la
vida de los adultos mayores participantes.
Por ejemplo, se hizo evidente una tensión entre el
conformismo, asumido como estilo de vida por algunos
ancianos, y la mirada optimista con que en ocasiones
expresan sus anhelos. También se manifestó tensión
entre el poder contar con un futuro (más o menos incierto)
y la desesperanza aprendida a lo largo de años de
fracasos y de frustraciones. De manera similar, surge como
paradoja el reconocimiento de las precarias condiciones
de vida y las posibilidades de auto-agenciamiento individual,
posibles a partir de estas condiciones. Además,
es notoria la contradicción entre la religiosidad en tanto
catalizadora de la adaptación conformista y la religiosidad
en tanto fermento de la liberación.
En este artículo abordaremos una de tales tensiones
características de la calidad de la vida en la adultez mayor
en las comunidades participantes: aquella que está constituida
por las contradicciones entre las posibilidades de
ejercicio del agenciamiento individual y grupal y las precarias
condiciones de vida que han caracterizado el contexto
de desarrollo de los adultos mayores participantes.
La opción epistemológica constitutiva que se propone
aquí conlleva centrarse en la relación entre condición y
percepción, entre objeto y sujeto, entre lo real y la realidad,
de forma tal que, sin justificar la disminución de
esfuerzos por mejorar las condiciones objetivas para todos,
se reconozca la importancia de las percepciones y las
actitudes sujetuales, que respecto de tales condiciones
supone considerar la satisfacción y el bienestar en un
discurso sobre la calidad vital (Sen, 2001; Nussbaum y
Sen, 1998; Max-Neef, 1986).
Así pues, se hizo evidente una fuerte tensión entre la
posibilidad de ejercicio de la autonomía decisoria, que
permite a los individuos desarrollar su capacidad de previsión
y de control sobre sus propias vidas, y las limitadas
oportunidades para que esto sea posible que ha
brindado y brinda el contexto social y cultural en el cual
vivieron y viven actualmente los adultos mayores.
Esta tensión se hace manifiesta, por ejemplo, al considerar
las condiciones en que transcurrió la infancia de
muchos adultos mayores participantes, pues según recuerdan,
su vida temprana transcurrió inmersa en una
familia extensa rural, se caracterizó por privaciones afectivas,
maltratos físicos y psicológicos, trabajo infantil, precariedad
educativa, predominio machista en las relaciones
de pareja y en los procesos de socialización de los niños
(hoy adultos mayores), todo lo cual restringió las posibilidades
de desarrollo en la medida en que limitó las oportunidades
sociales y con ellas, las opciones vitales.
Quizás por ello es notoria la actitud de sumisión de
las mujeres, que se acompaña con una perspectiva fatal del
destino y una fe ciega en la providencia divina, fenómenos
detrás de los cuales se esconden las condiciones de pobreza,
de baja educación o carencia de ella y los patrones culturales
asimétricos que tienden a perpetuarse en la vida de
familias e individuos. De modo complementario, en los
hombres se encuentran actitudes duras, recias, propias de
quienes han afrontado dificultades vitales y en particular
laborales, sin permitirse expresar ninguna muestra de debilidad,
como campesinos en un medio natural hostil y
en un entorno cultural que les exigió (y aún les exige) “ser
machos” y no exteriorizar sus sentimientos.
También pudieron identificarse como restricciones o
como oportunidades externas de desarrollo, algunas transiciones
de diverso orden como el nido vacío, el retiro
laboral, la viudez y otras pérdidas de seres queridos, el
rechazo social derivado de la estigmatización de la vejez,
entre otras, las cuales producen frecuentemente en los
adultos mayores la autoconciencia de pérdida del control
sobre sus propias vidas, que se expresa por ejemplo en
la ansiedad por la situación económica propia y de los
hijos, en el temor generalizado a padecer enfermedades
que les implique postración e inutilidad física, en la percepción
de pérdida de autonomía decisoria respecto de
algunos aspectos de su cotidianeidad.
Como Dulcey-Ruiz y colaboradores lo habían identificado
(Dulcey-Ruiz, 1997; Dulcey-Ruiz, Giraldo,
Ospina y Velasco, 1999), el control sobre la propia vida
en términos de autonomía decisoria constituye un indicador
importante en la calidad de vida del adulto mayor.
En este mismo sentido podría afirmarse que el déficit de
autonomía disminuye la satisfacción frente a la vida. Sin
duda, esto también pudo identificarse en los participantes
del presente estudio.
Es posible encontrar que durante la adultez joven de
muchos participantes se definió buena parte de su proyecto
vital, al quedar armados los vínculos de pareja y
familia, al quedar organizados algunos planes de futuro
y al establecerse lazos laborales relativamente estables.
Para algunos, la frustración se hace patente cuando recuerdan
que no pudieron realizar sus proyectos laborales
debido a que las circunstancias políticas y económicas
del país sufrieron profundos cambios que afectaron sus
propias metas personales. Hay para muchos, sin embargo,
un equilibrio entre el reconocimiento de pérdidas,
dificultades, obstáculos, momentos difíciles y errores
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cometidos y por otra parte, el reconocimiento de las
oportunidades, ganancias, alegrías vividas, aciertos y logros
obtenidos.
Muchos participantes muestran mayor conformidad
con sus entornos vitales de lo que sus condiciones objetivas
podrían hacer pensar, dado lo cual es posible suponer
algunos factores subjetivos que compensan los
desbalances objetivos. Parece que la fe, la relación con
Dios, puede ser uno de estos factores catalizadores de
las carencias y de las dificultades, que permiten a los adultos
mayores dar sentido a sus precarias condiciones de
vida y sentirse satisfechos con ellas.
Otra forma de entender esta predominancia de la actitud
positiva, es remitirse a la relación expectativa-logro;
así, las metas y las expectativas hacia el futuro que se propusieron
y se proponen estos adultos mayores, se ajustan
a su contexto social y a sus posibilidades -en particular a su
formación académica-, que son limitadas, y de esta manera
sus logros resultan satisfactorios en relación con el nivel
que esperan. Esta idea es coherente con los motivos de
satisfacción que los adultos mayores mencionan en sus
relatos. Al respecto, aluden al cumplimiento de sus deberes
como padres, madres, hijos(as) y esposos(as), a la remuneración
económica recibida por el trabajo realizado,
tanto en forma de salario como por medio de la pensión
(para quienes la reciben, es decir, para el 22% de las mujeres
y el 16,1% de los hombres de la población estudiada),
la compra de una casa o la conservación de condiciones
mínimas de salud para valerse por sí mismos.
Martín-Baró (1998) describe la pasividad, la idea de
la predestinación de la vida y la aceptación del sufrimiento
como algunas de las características de la actitud fatalista.
Pero además el autor menciona que la resignación
frente al propio destino, la no planificación del futuro y
la idea de un Dios lejano y todopoderoso que decide el
destino de cada persona, completan el semblante del
fatalista latinoamericano. Estos rasgos se reflejan en la
visión de futuro de los adultos mayores que participaron
en esta investigación, pues si bien en el balance de
sus vidas son predominantemente positivos y activos,
en la visión del futuro ocurre lo contrario, lo cual compensan
con la imagen de un más allá que compensará sus
actuales carencias, gracias a la justicia divina.
Este autor sostiene que las circunstancias sociales y
económicas están en la base de tal actitud fatalista que, en
una suerte de círculo vicioso, resulta contraproducente
para el desarrollo personal y colectivo. Así, el acontecer
del mundo contemporáneo crea escenarios de marginación
y exclusión, como el de sectores de la población de
nuestro país que vive en la pobreza, con el efecto del
mantenimiento de los privilegios y el poder de los más
favorecidos. De esta manera, una vida de esfuerzos sin
frutos y de violencia continuada, desencadena una parálisis
defensiva y un abandono a la heteronomía que obstaculiza
la construcción del futuro y la conformación de
iniciativas auto-gestionadoras del proyecto vital.
Lo anterior, parece indicar que la trayectoria vital de los
adultos mayores participantes, no acusa el desarrollo de
su autonomía, sino más bien el progresivo decrecimiento
de la misma. Así, de un adulto mayor portador de cultura
y tradición en una sociedad post-figurativa, en la cual estos
saberes constituían el insumo para la construcción de las
vidas de las personas, se pasa a un adulto mayor con
conocimientos obsoletos en una sociedad postmoderna.
De una persona capaz de orientar decisiones importantes
para individuos y colectividades, se pasa a una persona de
lenta reflexión que no responde a la inmediatez del mundo
modernizado e informatizado. Finalmente, en una
sociedad juvenilizada, que privilegia los valores de la juventud
estereotipados por los medios de comunicación,
no parece haber cabida para un viejo. Los adultos mayores
son también consumidores de mensajes culturales y están
inevitablemente permeados por estos imaginarios que
afectan su autoestima y su autoconcepto.
En estos aspectos se puede considerar que, desde la
perspectiva de las transiciones, los adultos mayores han
experimentado a través de la historia pérdidas significativas
cuya importancia no puede ser compensada por ganancias
tales como la automatización que facilita algunas
labores o la relativa superación de relaciones de subordinación
con los mayores y con los patrones. Esto hace que
el Sistema de Selección, Optimización y Compensación,
SOC (Baltes, 1983), conserve un equilibrio precario dada
la aparentemente mayor significación de las pérdidas sobre
las ganancias. La adaptación conseguida por los adultos
mayores puede estar indicando que, para lograr el
equilibrio, los adultos mayores sacrifican aspectos tales
como la autonomía, a favor del providencialismo religioso,
compensación que evidencia nuevamente el carácter del
“latino indolente” como diría Martín-Baró (1998).
También es posible pensar que, como algunos adultos
mayores señalan, las ganancias en el presente respecto
del pasado son importantes, destacando por ejemplo
la superación del maltrato del cual fueron objeto en la
infancia, del hambre, del trabajo infantil, lo cual, comparado
con las mejores condiciones de vida para los niños
en la actualidad, mejor nutrición, la oportunidad de realizar
deportes que ellos no conocían y de realizar estudios
“completos” (aunque los adultos mayores ya no
puedan acceder a ellos) pueden vivirse como ganancias
sociales que contribuyen a la compensación de las pérdidas
personales mencionadas anteriormente.
Ello corrobora planteamientos de la perspectiva del
ciclo vital acerca de las múltiples relaciones dialécticas entre
el desarrollo ontogenético y sus contextos inmediatos y
mediatos (Bronfenbrenner, 1987) pero además, ilustra
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dentro de circunstancias propias de nuestra cultura e historia
nacional, las incidencias que tienen los eventos históricos
normativos (Baltes, 1983) sobre las biografías de
personas que comparten una época y una cultura, en términos
de la ampliación o disminución de oportunidades
sociales o posibilidades de agenciamiento de sus proyectos
de vida (Sen, 2001), factores estos últimos que hacen
parte de las influencias no normativas de su desarrollo.
También permite hacer un acercamiento crítico a las
posibilidades de los sujetos de incidir en sus circunstancias,
en especial, tratando de dilucidar el grado de libertad
con el que afrontan los diversos acontecimientos históricos
y logran o no conferir un sentido particular a sus
existencias, a su historia y a su cultura.
Desde allí es posible también notar que se describen
las influencias no normativas (Baltes, 1983) en el desarrollo,
a partir de la explicitación de acontecimientos singulares
de la vida de algunos adultos mayores y de la
articulación de las consecuencias que en sus vidas tienen
o tuvieron algunas decisiones personales. Este es un
aporte significativo a la investigación de la calidad de la
vida, en tanto es uno de los factores que evidencia cómo
la calidad de la vida – y por tanto su evaluación - tiene
una relación muy estrecha con los proyectos de vida personales
y con su grado de realización. Más allá de las
influencias biológicas y sociales, las personas pueden
conferir una dirección personal a sus propias vidas.
Como se mencionó, otros investigadores llegaron a
precisar que en el ámbito psicológico, la calidad de la vida
tiene que ver con la posibilidad de previsión, la autonomía
decisoria y el control de la propia vida. En esta investigación
salen a la luz estos elementos, como
componentes psicológicos de la calidad de la vida. El
ejercicio de la autonomía se inserta precisamente en la
posibilidad o imposibilidad de agenciamiento del propio
proyecto vital que tienen los sujetos a lo largo de su
vida, de modo que no resulta redundante afirmar nuevamente
que la calidad de la vida, entonces, puede evaluarse
en relación con el grado de consecución de los
objetivos propios y también con la percepción personal
de la autorrealización o satisfacción personal.
Los hallazgos parecen indicar que algunos adultos
mayores han realizado algunos proyectos vitales acariciados
desde su juventud, pero otros, han tenido que sacrificar
la realización de sus proyectos de vida, forzados por
circunstancias sociales e históricas adversas, lo cual es compensado
articulando sus relatos vitales alrededor de una
fe providencialista, que expresa la renuncia al foco de
control interno de sus vidas, asignando al destino la
responsabilidad por su infelicidad y asumiendo una actitud
desesperanzada, que caracteriza su apatía y pasividad
para la participación en actividades sociales o políticas
que requieren iniciativa y empoderamiento.
Parece que la supervivencia se ha conseguido al precio
de la renuncia a la autonomía y por tanto a buena parte de
la calidad de sus vidas, lo cual no es signo de debilidad
personal, sino del poder de dominación de una cultura
injusta y avasalladora que les arrebata, como enuncia Martín-
Baró, la posibilidad de definir sus propias vidas.
En otras palabras, los recursos externos con que los
adultos mayores contaron durante su juventud para realizar
sus proyectos de vida, han sido insuficientes desde el
preciso momento en que definieron sus principales metas,
en razón al momento histórico que les correspondió
vivir y a la cultura agraria colombiana caracterizada por la
deprivación de oportunidades educativas y laborales.
Los cambios históricos y culturales que han tenido
que vivir los adultos mayores participantes en el transcurso
de sus vidas son de gran magnitud. Premodernidad,
modernidad, modernización y postmodernidad,
con sus manifestaciones sociodemográficas, culturales,
económicas, políticas y laborales han repercutido en las
condiciones de vida de los adultos mayores tanto como
en sus costumbres y hábitos, modificando amplia y profundamente
sus estilos de vida.
Los adultos mayores no parecen ser conscientes de la
naturaleza de tales cambios, de sus orígenes a nivel mundial,
de la modernidad o la modernización, de las propiedades
de la globalización o del modelo neoliberal.
Solamente describen algunas de las manifestaciones externas
de los cambios que les correspondió vivir y realizan
algunos contrastes entre el antes y el ahora de sus
vidas, en función de tales manifestaciones. Ello permite
pensar que, en buena medida, los adultos mayores han
sido objetos de la historia y no sujetos de ella.
No es de extrañar que se aferren a la fe en Dios, que
asuman la vida propia como destino y no como autoconstrucción.
Las oportunidades sociales de crecer en el
agenciamiento personal de sus proyectos, de participar
democráticamente en la vida de la comunidad, de incidir
en el direccionamiento de la vida pública, de disfrutar del
desarrollo como libertad, han sido muy pocas y además
cercenadas sistemáticamente desde cuando eran niños
por medio de actitudes parentales impositivas, abusivas
y maltratadoras, de escasas oportunidades educativas,
de relaciones laborales cercanas a la esclavitud, de serias
dificultades nutricionales, de escasas o nulas oportunidades
laborales, de trabajos rutinarios que no contribuyeron
al desarrollo personal, de sumisión a las
autoridades civiles, eclesiásticas o militares.
Todo ello se acompaña por la escasa o nula certidumbre
en su futuro, permeada por una mínima posibilidad
de previsión, emparentada con el foco de control
interno eclipsado y la escasa seguridad social que respalda
sus proyectos personales o comunitarios. Se conforma
así el círculo vicioso infernal del subdesarrollo,
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perpetuado por la profecía auto-cumplida y la
autoimagen negativa.
De allí que los adultos mayores se consuelen por
medio de la aceptación resignada de cualquier expresión
asistencialista de distintos actores sociales, aun cuando
lesionen reiterativamente su autoestima, confirmando
su imagen de incapacidad y legitimando el círculo vicioso
de la autoimagen negativa, el foco de control externo, la
desesperanza aprendida y la profecía autocumplida.
El autoconcepto positivo aparece como uno de los
componentes psicológicos fundamentales de la calidad
de la vida durante la adultez mayor, asociado con entornos
socio familiares respetuosos y cálidos, que aceptan y
acompañan al adulto mayor durante su desarrollo, y por
el contrario, el autoconcepto negativo se asocia con dinámicas
familiares conflictivas, maltratadoras y abandónicas.
Puede inferirse que el clima emocional que caracteriza a la
familia de origen de los adultos mayores y a su actual
núcleo familiar, abre o cierra posibilidades para el mejoramiento
de la calidad vital.
Condiciones naturales, sociales y culturales han formado
el entorno que, en ocasiones potencia y en otras
restringe el desarrollo. Es así como algunas circunstancias
culturales se han naturalizado, como cuando las mujeres
evidencian una actitud resignada, la cual podría atribuirse a
que desde temprana edad naturalizaron (Martín-Baró,
1997) algunas situaciones sociales, es decir, asumieron que
ésta era una condición de vida natural en las mujeres, lo
cual se ve reforzado reiterativamente por diversas situaciones
culturales, en la creencia de que las mujeres nacen para
sufrir, para hacer la voluntad del esposo y estar al servicio
de los hijos, especialmente de los varones. Muy pocas
mujeres de edad han pensado en sí mismas como personas
y mujeres con derechos. Una señora destaca entre las
demás, señalando que recuerda cuando las mujeres adquieren
recientemente el derecho al voto.
Los adultos mayores ven comprometida su autoestima
cuando reflexionan acerca de los cambios físicos,
psicológicos y sociales que acompañan el proceso de envejecimiento,
pues por su causa se sienten rechazados y
perciben que la valoración que la sociedad hace de ellos es
negativa, quizás en función de la juvenilización de la cultura,
es decir, del mayor aprecio de los valores asociados
a lo juvenil por parte de la sociedad actual y del menor
aprecio de la experiencia y de la sabiduría como valores
propios de la ancianidad.
Por ello, es posible afirmar que el envejecimiento restringe
sus libertades por dos vías simultáneas: tanto por
la disminución de las funciones orgánicas propia del
desgaste natural, como por la valoración negativa que la
comunidad y la sociedad hace del envejecimiento. Esto
confirma la existencia en el imaginario social del llamado
“modelo deficitario del envejecimiento”.
La autoestima es otro componente psicológico de la
calidad de la vida y se percibe que las personas con autoestima
negativa tienden más al sufrimiento que quienes
poseen una autoestima positiva, pues expresan
sentirse dolidas con la vida, tienen menos proyectos hacia
el futuro e incluso denotan desesperanza tanto frente
a su inmediato futuro como respecto del desenlace de
sus propias vidas. La autoestima es, por tanto, uno de
los componentes psicológicos que requiere especial atención
y fortalecimiento en el trabajo con adultos mayores.
Sin duda, una de las fuentes de autoeficacia más apreciada
por los adultos mayores, es la de poder participar en
la solución de conflictos que surgen en la convivencia cotidiana,
aportando su sabiduría para la toma de decisiones.
En ellos se identifican competencias para el afrontamiento
positivo de dificultades, en especial, para la intervención
oportuna en la solución de problemas en la medida
de sus posibilidades, decisiones que se toman generalmente
con criterios de beneficio mutuo. También resalta
la resiliencia a lo largo de sus vidas y ahora en la vejez, se
aprovechan los conflictos como oportunidades para el
crecimiento personal y colectivo.
Los adultos mayores construyen el sentido de sus
vidas en familia, comunidad de sentido (Berger y Luckman,
1997), en virtud de las relaciones que construyen con todos
sus integrantes. Si tales relaciones son positivas, el
sentido puede concretarse en proyectos de vida, pero si
son negativas el sentido se fractura, generando rupturas
en la perspectiva temporal de la personalidad.
Con los amigos comparten parte de su tiempo libre,
mediante actividades recreativas, grupos de oración o en
los talleres y grupos de apoyo psicológico o grupos
autogestionados que desarrolla el Proyecto de prácticas en
calidad de vida y ciclo vital, de la Facultad de Psicología de la
Universidad Javeriana (Bogotá). Los adultos mayores han
ido construyendo vínculos sociales que han contribuido
en la configuración de su identidad como sujetos sociales
pertenecientes a una familia, a una determinada clase social
y que están localizados en un territorio que se vuelve el
terruño de referencia en su vida personal y social.
En San Mateo (Soacha) y Sibaté la conformidad con la
vivienda es alta, a pesar de que sus condiciones son limitadas
en razón de la precariedad de su construcción o de la
marginalidad de su ubicación. En El Bosque (Soacha) la
inconformidad con la vivienda tiene que ver con la incomodidad
pero principalmente con la inseguridad.
La salud se valora positivamente en tanto exista la
posibilidad de movimiento y de realización de tareas cotidianas,
aunque sufran dolencias crónicas. Es decir que no
hace falta una condición de salud óptima, siempre y cuando
la que se tiene les permita valerse por sí mismos.
Las redes de apoyo social formales e informales son
muy importantes en el mantenimiento de la salud, pero
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se encontró que el retiro laboral, el nido vacío y la muerte
de seres queridos, sumadas al aislamiento social del que
son objeto los adultos mayores en el mundo moderno,
no contribuyen a su formación y mantenimiento
(Dulcey-Ruiz, Mantilla, Carvajal y Camacho, 2004b;
Fernández-Ballesteros, 1998).
Tan solo tres cuartas partes de los entrevistados tuvieron
algún grado de escolarización y de ellos la mitad apenas
cursó primaria, inconclusa en algunos casos. Esta
carencia es percibida negativamente por ellos mismos, quienes
valoran la importancia de la educación para la realización
personal, aunque señalan que la responsabilidad no
es de ellos sino de las condiciones difíciles de su crecimiento.
Quienes fueron a la escuela la recuerdan con gratitud.
Respecto de los bienes materiales, en Soacha valoran
muebles y enseres y en Sibaté sus animales y cultivos.
Son escasos quienes mencionan seguros de vida, ahorros,
afiliación a caja de previsión o tarjeta débito. Resaltan
la importancia de la carencia de estos bienes para el
vínculo con otras personas, es decir que, paradójicamente,
la escasez adquiere valor en tanto permite compartir
con los seres queridos. El valor de la propiedad privada
se relativiza en función de la convivencia o la necesidad.
En general los adultos mayores manifiestan que tienen
acceso a los servicios públicos y que cuentan con
algunos bienes en sus hogares para satisfacer sus necesidades
básicas.
Actuando conjuntamente con las experiencias vitales
particulares, no es de extrañar que la realidad histórica y
social de estos adultos mayores, facilite en ellos una mirada
negativa de su futuro.
Un recurso lleno de potencialidad para el mejoramiento
de la calidad de vida de los adultos mayores de
Soacha y Sibaté, lo constituye el conjunto de evocaciones
gratas sobre sus historias personales e incluso los recuerdos
que, connotados como negativos, han dejado aprendizajes
importantes. Rememoran episodios como el
matrimonio y la luna de miel, la cercanía de los seres
queridos, los periodos de comodidad económica, los
juegos en la infancia y algunos momentos de logro vital
como la adquisición de bienes, el cumplimiento de ciclos
formativos y la asunción de responsabilidades en los
roles que les ha correspondido asumir durante su vida.
En este aspecto los planteamientos de Baltes (1983)
nos sugieren que la calidad de vida en la adultez mayor se
construye desde la calidad de vida en los anteriores momentos
del ciclo vital. Pese a que las limitaciones en las
condiciones vitales de los adultos mayores a lo largo de
sus vidas limitan hoy su calidad de vida, la posibilidad
de evocar con gratitud y orgullo constituye un elemento
para su mejoramiento. En este sentido, más de un autor
(Contreras de Lehr, 1980) ha documentado y estudiado
la potente influencia de las actitudes y de las percepciones
subjetivas de la realidad en la valoración de factores objetivos
de la calidad vital, como por ejemplo la salud o la
calidad de las relaciones sociales.
Dos entrevistados fueron víctimas del desplazamiento
forzado con la consecuencia de pérdidas importantes en
Sibaté. En San Mateo se presentan varios casos de pérdidas
de familiares por muerte violenta, en especial como víctimas
de asesinatos selectivos conocidos como limpieza social.
Los adultos mayores muestran una visión negativa
de la vejez y además sienten el rechazo social por su
condición de adultos mayores. En este sentido, se evidencia
que los procesos económicos y sociales asociados
con las condiciones culturales que impuso la modernización,
han deteriorado la calidad de sus vidas como por
ejemplo, cuando aprecian con nostalgia de su pasado, la
vida rural en la familia extensa, en la cual predominaba el
trabajo manual y se evidenciaba el apoyo intergeneracional.
Los adultos mayores también añoran los sistemas
de trabajo comunales para el apoyo mutuo entre vecinos,
la agricultura orgánica, la seguridad, la vida pacífica y
sencilla. Detalles como el trabajo con los animales les
hacen falta, al igual que la tranquilidad y la buena salud.
También extrañan valores como la honradez, el amor, la
alegría y el amor a Dios (Bronfenbrenner, 1987; Bridges,
1982; Dulcey-Ruiz y Uribe 2000a, b).
Por todo ello, desde su autoimagen pobre y menospreciada
y desde su autoestima lastimada, valoran
profusamente la presencia de los universitarios que van a
entrevistarlos o a realizar talleres con ellos, de los cuales
esperan generalmente algún gesto de generosidad. Les
resulta difícil establecer relaciones recíprocas y prefieren las
relaciones asimétricas en donde ellos asumen la postura
de inferiores, de pobres, de ignorantes, de necesitados.
Como expresan Facundo y Rojas (1990), al no darse
las condiciones necesarias y suficientes, no hay la calidad
de vida que permite un adecuado desarrollo de las personas.
Este aspecto se evidencia en los resultados de la
caracterización sociodemográfica de los adultos mayores,
no sólo en el nivel de ingreso bajo, en las características
de su vivienda (que sea esta propia, de los hijos o en
arriendo), o en las condiciones de salud, sino también
en la calidad de los servicios que reciben. De hecho es
una proporción muy baja la de las adultas mayores
(0,6%) y adultos mayores (0,2%), que perciben que reciben
servicios de calidad.
Los datos obtenidos mediante la encuesta sociodemográfica
corroboran los planteamientos de Fernández-
Ballesteros (1998) en cuanto a que las circunstancias en
las que se encuentra una persona determinada, permiten
la explicación -al menos hasta cierto punto- de su
calidad de vida particular. La edad, el sexo, la posición
social, los ingresos, el acceso a servicios, vivir o no en el
propio domicilio, etc., son sin duda, variables que perUniv.
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miten predecir en parte la calidad de vida de una persona.
No es de extrañar encontrar que, cuando la gente
envejece, empieza a perder o experimentar el deterioro
en las condiciones o ingredientes que normalmente
forman parte de la vida humana, y que por tanto, su
calidad de vida se resiente.
Se confirma el hecho de que la calidad de vida, como
un concepto multidimensional, no es independiente de
los contextos diversos en que transcurre la vida y a los
cuales pertenecen los adultos mayores. Las variables como
la edad, el grupo familiar y la red social que con ellos se
establezca, contar con una vivienda en condiciones adecuadas,
tener un ingreso suficiente como para sufragar
los gastos mínimos necesarios para una supervivencia
adecuada, contar con servicios de salud óptimos y las
condiciones mínimas de vida, son factores que se relacionan
con otras variables objetivas y con las variables
subjetivas de la calidad de vida.
De manera particular se confirma que la edad es uno
de los factores personales determinantes en la calidad de
vida (Fernández-Ballesteros, 1998) pese a que para otros
autores la edad es un correlato insuficiente como indicador
del desarrollo, como índice de calidad de vida y como
explicación de los procesos del envejecimiento (Dulcey-
Ruiz et al., 2004a, b; Dulcey-Ruiz y Uribe, 2000).
En general la encuesta sociodemográfica permite caracterizar
al grupo de adultos mayores como personas
cuyas condiciones objetivas de calidad de vida reflejan
estados poco positivos y en este sentido puede afirmarse
que sus condiciones de vida no ofrecen oportunidades
sociales que favorezcan el agenciamiento individual
o grupal de procesos de mejoramiento de la calidad vital
(Sen, 2001). En todas las áreas evaluadas se identifican
aspectos de baja calidad que comprometen, más allá de
las condiciones objetivas, el estado de bienestar subjetivo
y el desarrollo adecuado de los adultos mayores. Puede
entonces afirmarse que han existido y existen escasas
oportunidades sociales aptas para el desarrollo en libertad
de los adultos mayores (Sen, 2001).
En este aspecto, existe concordancia con Martín-Baró
y con Sen (2001), así como también con Max-Neef, Elizalde
y Openhyn (1986), en tanto se puede afirmar, con base en
las conclusiones de esta investigación, que las necesidades
de los adultos mayores han sido históricamente inhibidas
por las condiciones de pobreza y violencia, por el paternalismo
y el autoritarismo, o satisfechas por satisfactores
singulares como los programas asistencialistas o pseudo
satisfechas por la limosna. Se extrañan en la vida de los
adultos mayores los satisfactores sinérgicos, tales como
los grupos autogestionados, la educación popular
liberadora, las organizaciones comunitarias democráticas,
la participación democrática, los programas de autoconstrucción,
que potenciarían el desarrollo integral.
Frente a los adultos mayores participantes, en el contexto
descrito y puesto que ya han vivido la mayor parte
de sus vidas y han agotado la mayoría de las opciones
vitales de su existencia (facticidad temporal), la pregunta
por sus posibilidades de mejoramiento de la calidad de
sus vidas puede parecer una ironía, de no ser porque
existe en ellos la posibilidad de conferir sentido a su
pasado, su presente y su futuro, al realizar balance de sus
existencias de manera integrada y esperanzada, tal y como
sugiere Erikson (1979, 1981, 1983), La fe en Dios se
constituye en el factor de resiliencia (Manciaux, 2001)
sobre el cual edifican toda su esperanza, a pesar de que
renuncien a su autonomía o quizás para compensar esta
renuncia, dadas las circunstancias tan limitadas y
limitadoras de su entorno vital.
Sin duda hay convergencias con investigaciones previas
que, como las de Dulcey-Ruiz, Mantilla, García y
Alfonso (1997) consideran a la autonomía decisoria y el
control sobre la propia vida, como características psicológicas
fundamentales de la calidad de la vida, lo que se
corrobora en esta investigación negativamente, o sea por
su ausencia. Es decir que se extraña en los participantes
su autonomía personal y comunitaria, así como el control
sobre sus propias vidas, que ha cedido lugar a la
resignación y a la sumisión. La heteronomía sólo les
permite una calidad de vida marginal, decidida por otros
con criterios injustos, bien sean estos criterios los propios
del neoliberalismo a ultranza o bien sean resultado
del paternalismo y el asistencialismo con el que se tranquilizan
algunas conciencias y se apaciguan los ánimos
revolucionarios de otras conciencias.
La enajenación va de la mano con la nación ajena,
reza el poema de Roque Dalton que sirve de epígrafe al
capítulo 2 de la Psicología de la liberación de Ignacio Martín-
Baró S. I. Que la nación es ajena se percibe en datos
tan desoladores como el porcentaje de adultos mayores
que no disfrutan de una pensión después de trabajar
toda su vida, o que no gozan de servicios de educación
humanizadora, de salud digna, o de vivienda propia. De
la enajenación ya se ha hablado bastante.
Hermosos, los adultos mayores dan sentido a sus
vidas como mejor pueden, no gracias al Estado sino pese
a él, aprovechando todos los vestigios de vida que alimentan
su inquebrantable fe y su esperanza inmortal. Erikson
dijo que la esperanza es la firme convicción en que las
necesidades quedarán satisfechas, a pesar de los fracasos.
Los adultos mayores, en especial las mujeres, son expertos
en mantener viva la esperanza en otros y en sí mismos.
Algunas de las relaciones entre los datos cuantitativos
y los cualitativos indican que las condiciones objetivas
de vida de los adultos mayores participantes no
permiten el desarrollo de su calidad de vida. Esto quiere
decir que los bajos ingresos y la precariedad de sus recurUniv.
Psychol. Bogotá (Colombia), 4 (2): 221-229, julio-septiembre de 2005
228 SERGIO TRUJILLO GARCÍA
sos pueden caracterizarse como pobreza material: el 78%
de las mujeres y el 84% de los hombres, después de
haber trabajado por más de 40 años, no reciben una
pensión y sus ingresos familiares mensuales en algunos
casos son inferiores a un salario mínimo.
Ello, sumado a los bajos niveles educativos, a que
muchos no tienen vivienda propia, a que la calidad de
los servicios de salud que reciben se percibe -en la encuesta
sociodemográfica- como baja, a que en razón de
su edad sienten desgastes importantes en sus funciones
corporales y se sienten discriminados, a que viven en
soledad la mayor parte del tiempo pues sus familiares
trabajan durante el día y la mayoría son viudos, les hace
subjetivamente dependientes -y no sólo objetivamente
como señala la encuesta -, el 48% de las mujeres y el
14,5% de los hombres depende de sus familiares.
Su baja autoestima puede evidenciar el trato que han
recibido, de parte de una sociedad clasista y arribista, por
haber desempeñado oficios domésticos o haberse dedicado
a la agricultura. La actitud resignada que les caracteriza,
propia de los campesinos colombianos
proverbialmente agradecidos, les lleva a no luchar por
cambiar su situación, razón que explicaría su baja participación
en grupos; indicador preocupante en el caso de
los hombres (6,1%) aunque mejore un poco en el caso
de las mujeres (21,6%). Algunos adultos mayores poseen
un concepto positivo de sí mismos, construido a
partir de sus experiencias como hijos, trabajadores, vecinos,
amigos, padres y ciudadanos, el cual redunda en su
autoestima positiva, en mayor auto-eficacia, mejores
hábitos de autocuidado, lo que repercute en un sentimiento
de mayor autocontrol en sus vidas. Todo ello
significa mejor calidad de vida.
Para otros adultos mayores, particularmente para la
mayoría de las mujeres, que han sufrido violencia
intrafamiliar y por tanto, abandonos o maltratos por
parte de padres, padrastros, cónyuges o hijos, el
autoconcepto es negativo. Por lo general el autoconcepto
negativo se asocia con dinámicas familiares conflictivas y
está relacionado con el conformismo y la sumisión, con
el fatalismo que “naturaliza” condiciones sociales injustas.
Para las mujeres, el impacto emocional de las dificultades
relacionales con sus familiares es muy grande, pero
particularmente el impacto de las dificultades con sus
hijos y luego con sus nietos.
Quienes manifiestan tener autoestima positiva también
afirman estar en proceso de realización de un proyecto
de vida y expresan su satisfacción con la existencia.
Quienes tienen baja autoestima se quejan de la vida, tienen
perspectiva temporal futura a más corto plazo y expresan
desesperanza.
Parece que la mayor tranquilidad de épocas históricas
idas se recuerda con nostalgia, pero esto se ve compensado
porque los momentos biográficos de mayor
frenesí, como la crianza de los hijos, ya pasaron y se
vive actualmente una mayor tranquilidad personal, aunque
las circunstancias históricas son más frenéticas.
Otros adultos mayores afirman que la calidad de vida
ha mejorado sensiblemente entre su pasado y su presente,
pues comparan difíciles condiciones familiares,
laborales y educativas de su infancia y niñez con las
condiciones actuales de vida.
Sin duda, las relaciones con Dios constituyen el aporte
de sentido vital más significativo entre las múltiples relaciones
que mantienen los adultos mayores. Desde ellas
se aprecian positivamente las circunstancias que atraviesan
y el recorrido de sus biografías, se valoran
diferencialmente las dificultades y las oportunidades, se
otorga significado a los acontecimientos -absurdos desde
otra óptica- integrándolos en relatos coherentes.
Sin embargo, quizás en razón de la magnitud de
muchas de sus dificultades y de las carencias y fragilidades
en su capacidad de auto-agenciamiento, la fe en Dios
contribuye a que los adultos mayores asuman el futuro
como destino y no como proceso en autoconstrucción,
renunciando a su autonomía decisoria y a la participación
democrática por medio de la cual podrían incidir en
el direccionamiento comunitario.
La autoestima que les caracteriza evidencia también
que al final de sus vidas el balance es desproporcionado
a favor de las pérdidas que han experimentado, salvo
contadas excepciones que indican que algunos adultos
mayores sacan el mejor partido posible a las circunstancias
que les correspondió vivir.
Parecería realista pensar, como se afirmó, que la mayoría
de los adultos mayores participantes hubieran sido
objetos de la historia y no sujetos de ella, sin embargo,
su deseo de servir a los demás; el saberse más fuertes y
recios como resultado de haber afrontado enormes dificultades
en sus vidas; el proponerse metas y sueños en
relación con sus familias y consigo mismos; el utilizar su
tiempo productivamente; el sentir que no están solos a
pesar de la soledad que traspasa sus días entre semana; el
poder mantenerse autónomos aun cuando el envejecimiento,
las enfermedades y la discriminación social les
fuercen a lo contrario, todo ello, indica que el conflicto en
sus vidas ha sido motor de desarrollo y no causa de
renuncia y abandono, es decir, que la resiliencia quizás
florezca precisamente donde más se requiere, en medio
de las dificultades.
No deja de ser paradójico y cuestionador haber encontrado
que muchas mujeres han sido víctimas del alcoholismo
de sus cónyuges, es decir, del estado alcabalero
que con una mano trata a las personas adultas con lástima
y con la otra los embota y pervierte estimulando el
consumo de sustancias alcohólicas.
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AGENCIAMIENTO INDIVIDUAL Y CONDICIONES DE VIDA 229
Por último, llama poderosamente la atención aquello
que los adultos mayores valoran como componentes
esenciales de la calidad de sus vidas, en su orden: el apoyo
social, poder valerse por sí mismos, seguir siendo
responsables por sus familias, tener acceso a la educación
y, por último, los bienes familiares.
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